Capítulo 4
¡Qué
horror! ¡Qué horror! Temblando, con el corazón palpitante, aparto la mano derecha
que no me obedece, agarro el ratón con la izquierda, aún ágil, y consigo
eliminar al amorfo engendro que trataba de inocular su veneno en mi torrente
sanguíneo. Me tomo un breve respiro, pero advierto que las naves continúan
convirtiéndose en pequeños demonios que luchan contra mí y no puedo permitirme
siquiera un pequeño descanso, sino tratar de detener la ofensiva. Sudo, las gotas
de sudor resbalan por mis mejillas, nublan mi vista, entran en mi boca, bajan
por la barbilla, escupo… Me limpio con la manga de mí camisa, luego, trato de
pulsar algún botón con cada uno de mis dedos: anular, corazón, meñique, incluso
el pulgar, y disparo sin ton ni son para frenar la frecuencia de esos temibles
seres verdosos que, de no interceptarlos, me harían tanto daño y… ¡Toma!
¡Muere! Mi piel está fría, mi cuerpo se estremece, tirita, se siente convulso,
excitado. Cierro mis angustiados ojos unos segundos, necesito descansar,
parpadear, permanecer activo para evitar esas abrumadoras alucinaciones, esos irreales
espejismos; esos extraños seres que engañan mi mente, que me atormentan, que
amenazan con penetrar en mi boca, en mi estómago, en mis vísceras, en mi… ¡Oh,
mi mano!
No hay comentarios:
Publicar un comentario